lunes, 23 de junio de 2014

Ecomusicología: definición y algunas consideraciones

En los últimos años una nueva rama de los estudios musicales está cobrando cada vez más fuerza: la ecomusicología, y, sin embargo, aún son pocos los textos en castellano que podemos encontrar sobre ella. Por eso, me parece interesante dedicar aquí un pequeño espacio para definir y delimitar esta disciplina.

A grandes rasgos la ecomusicología se dedica al estudio de las relaciones entre las personas, la naturaleza y el sonido. Aunque fundamentalmente surge de la etnomusicología, es un campo de estudio en el que convergen otras materias, como la historia, la biología o la acústica, entre otros. Pero ¿qué cuestiones estudia la ecomusicología? Pues lo cierto es que, por lo que he podido leer, muchos de los objetos de estudio se centran sobre todo en la inclusión de la conciencia ambiental en el estudio de cuestiones musicológicas, aunque también existen estudios sobre el impacto ambiental de las giras de músicos o el uso como instrumento de caparazones de animales.

Sin embargo, la cuestión que me parece más interesante es la que se refiere a la conservación de tradiciones musicales amenazadas. Como muchas especies en peligro de extinción existen también muchas tradiciones musicales -una pata más de la cultura- que se encuentran en situaciones que podrían hacerlas desaparecer y cada vez se hace más necesario un esfuerzo colectivo para evitarlo.

Los peligros de la homogeneización cultural son similares a lo que ocurre en la naturaleza. Si la uniformidad genética hace a las especies más vulnerables a ciertas epidemias e infecciones y la consanguinidad ha mostrado en numerosas ocasiones sus nefastas consecuencias (baste echar un vistazo a dinastías como los Austrias o los Borbones) la falta de diversidad cultural -y musical- tiene también sus efectos, pero en la comunicación, la adaptación y el sistema de interacción que la comunidad tiene con su entorno. Además, como comentaba en este artículo en Musicópolis sobre la guerra fría cultural, "las armas más importantes ya no matan, sino que crean formas de pensar", lo que deja a la música -y por extensión a la cultura- en una posición muy favorable para ser utilizada como instrumento político.

Lo que parece incuestionable es que la aparición de la ecomusicología se inserta dentro de un movimiento mucho más amplio de conciencia social y medioambiental. La preocupación por la equidad social y la conservación del medioambiente tienen cada vez mayor presencia en el ámbito de la música, como hemos podido constatar hace poco con el caso de Metallica en el festival de Glastonbury o las cada vez mayores posiblidades de hacer compras responsables de instrumentos. Y esto es sólo el principio del cambio.

Más información en:

- Ecomusicology: Ecocriticism and Musicology. Aaron S. Allen.
- Ecomusicology
- Selección de artículos sobre ecomusicología.

miércoles, 18 de junio de 2014

Salim Ghazi Saeedi - NamoWoman (2012)

 
Recientemente recibí un sorprendente correo de Irán. Un chico llamado Salim Ghazi Saeedi me presentaba sus discos y, entre otras cosas, decía: "a pesar de las restricciones que el gobierno de Irán impone a la música rock he tenido la oportunidad de dar a conocer mi música más allá de sus fronteras". Es complicado no sentir una enorme curiosidad - y admiración- por alquien que se dedica a coger la guitarra y ponerle distorsión en un país donde hasta hace poco se imponían multas de miles de euros a músicos, se cancelaban conciertos y los discos deben pasar antes de ser editados por el ministerio de cultura, entre otras prácticas que persiguen la músicas y ciertos géneros, como el heavy, son considerados directamente satánicos. Baste leer algunas de las noticias de los últimos años, como esta sobre la banda Yellow Dogs, esta sobre la escena underground de Irán o esta otra sobre la persecución del rap y el rock para hacerse una idea del panorama.
 
Pues bien, una vez superada la curiosidad inicial y habiendo investigado un poco la escena iraní me dispuse a escuchar con detenimiento el disco. A pesar de que en su web menciona mútliples influencias, como Jeff Beck, Marty Friedman o Thelonious Monk , lo cierto es que este trabajo es complicado de etiquetar. Aunque puede adscribirse inicialmente al rock progresivo, Saeedi se dedica a explorar e investigar sobre multitud de géneros: jazz, rock, heavy, todo ello aderezado con música tradicional de su país y de Oriente Medio. Entre los sonidos más tradicionales sería obligado referirse a músicos como Hossein Alizadeh o Kooch como referentes principales, pero la amalgama que se presenta en NamoWoman es una verdadera locura.
 
El álbum se compone de nueve temas en el que ninguno supera los cinco minutos. Saeedi es el compositor y se encarga de todos los instrumentos, así como de la mezcla y la producción. Sin embargo, el disco no suena casero y bien podría haber sido editado por cualquier sello independiente europeo. Si bien la destreza y habilidad de Saeedi es palpable en cada una de las pistas, este trabajo es de difícil digestión. Hay un puñado de buenas ideas aquí y allá, pero personalmente echo en falta algo de la espontaneidad que destilaban por ejemplo Forgotten Silence en su disco Kro Ni Ka, con quienes Saeedi tiene algunos puntos en común. Aún así, habrá que seguirle la pista, porque su propuesta es tan arriesgada como atractiva.
 

jueves, 5 de junio de 2014

Responsabilidad social en la música: el caso de Metallica en el festival de Glastonbury

Lo que ha sucedido a raíz de la confirmación de Metallica como uno de los cabezas de cartel del festival de Glastonbury ha sido sorprendente. Aunque la afición a la caza de James Hetfield era conocida -en el documental Some Kind Of Monster y en A Year And A Half In The Life Of... ya quedó bien clara- el estreno de un programa para el canal Historia, titulado The Hunt y narrado por Hetfield, ha desatado un cúmulo reacciones inesperadas.

El programa narra la historia de una pareja de cazadores en Alaska. Estos dos tipos se dedican a matar, como era previsible, todo tipo de animales salvajes, incluidos osos kodiak, uno de los de su especie más grandes que existen, junto con el oso polar. Por cierto, que la caza de osos en la zona está permitida, aunque regulada. Ahí queda eso... La cuestión es que esto ha motivado que miles de asistentes al festival se movilicen para conseguir que Metallica no toque en Glastonbury. Si queréis echar un vistazo a los detalles hay una página de Facebook y una web donde se recogen firmas.

Este hecho supone un cambio importante en el negocio de la música, que casi siempre se ha mantenido al margen de consideraciones éticas apoyándose en el componente emocional que la música conlleva. Al igual que el fútbol, la música provoca que sus aficionados sean capaces de dejar a un lado cualquier tipo de moral y ética. Da igual que nuestro artista preferido apoye la pena de muerte o especule en bolsa, si viene a tocar a nuestra ciudad iremos a verle pagando lo que nos digan. No hay mucha diferencia con un equipo de fútbol, cuyo presidente esté implicado en casos de corrupción e, incluso, acabe entrando en la cárcel, que si mi equipo gana lo que sea ahí estaremos para corear y alabar su nombre. Pues bien, eso va tocando a su fin. O, al menos, eso podría indicar el caso de Glastonbury, porque la cuestión es que esto no ha sucedido con una banda cualquiera, no. Es Metallica, que han vendido millones de discos y son capaces aún hoy en día de convocar a decenas de miles de personas, y eso que sus años de esplendor quedan ya muy lejos.



Según un informe Nielsen del año pasado "el 50% de los consumidores de todo el mundo están dispuestos a pagar más por productos y servicios de compañías implicadas en programas de Responsabilidad Social Corporativa" y "el interés de los consumidores por la responsabilidad social de las empresas ha aumentado en el 74% de los países analizados, un dato significativo que denota la importancia de que las empresas realicen programas adecuados y comprometidos con la sociedad". Está claro que los ciudadanos -mejor que consumidores- cada vez se fijan más  en cómo se hacen las cosas. No sólo importa que el producto tenga calidad, sino que el proceso por el cual ha sido fabricado haya sido respetuoso con las personas y el medioambiente. 

Todo eso se extrapola al mundo de la música de esta forma que hemos visto en Glastonbury. Quizá queramos ver a esta banda, incluso que seamos los mayores fans, pero si apoyas la caza y el uso de las armas no quiero que vengas a tocar. Es posible que todos los músicos deban estar cada vez más atentos a la conciencia social de sus aficionados, porque quizá el próximo que se vea en una situación como esta lo haga porque su gira es escandalosamente costosa, porque tenga un alto impacto ambiental o porque sus trabajadores cobren demasiado poco.


Actualización 30/06/2014: en respuesta a todo lo ocurrido Metallica, y obviamente asesorados por alguna compañía de marketing y publicidad, abrieron su concierto en Glastonbury con esta peculiar versión de su habitual intro, en la que aparecen ellos mismos cazando a los cazadores. Y ya que estaban, también han sacado camisetas con fragmentos de noticias sobre la polémica.

miércoles, 4 de junio de 2014

Festival Territorios de Sevilla: evolución, identidad y una propuesta

Recientemente El Club Express publicó un artículo de opinión sobre Territorios en el que, acertadamente, comentaba el autor que al festival aún le faltaba algo para dar el salto definitivo y posicionarse entre los grandes festivales del país. Ese "algo" que le falta a Territorios en mi opinión es una identidad clara y fuerte, algo que se consigue fundamentalmente con una programación que no vaya dando bandazos en función de donde sople el viento.

La evolución

En sus dos primeras ediciones el festival trajo a Sevilla aires frescos. En 1998 muchos pudimos ver bandas como Berrogüeto, La Musgaña, Capercaillie o Cherish The Ladies en un cartel que denotaba un conocimiento de la música a la que se enfocaba aquel primer año -la celta- y que traía formaciones en aquel momento poco conocidas por el gran público. En 1999 también pudimos disfrutar de un cartel con gente como Fanfare Ciocarlia, Natacha Atlas o Eduardo Paniagua, a pesar del fiasco de Dorantes en Plaza Nueva, que apenas consiguió interesar al escaso público que esta tarde hubo. Gran parte del público no conocía a muchos de los artistas que iba a ver, pero iba precisamente por eso, porque descubría bandas que no conocía.


Pero, a partir de la tercera edición, a pesar de que aún se mantuvo en el nombre el punto temático -esta vez "Territorios Atlánticos"-, se incluyeron bandas como Maita Vende Cá, el cartel se redujo notablemente y los precios se triplicaron. Y partir de entonces el festival se dedicó a programar a medias entre un Womad y un festival de los 40 Principales, con carteles en los que encontrábamos a Orishas y Philip Glass en 2001, Macaco y Goran Bregovic en 2002 o Carlos Jean y Carlinhos Brown en 2003.

A partir de 2004 encuentran el filón del rap y "lo que sea que esté moda en ese momento" y empiezan a programar días temáticos (hip hop, urbano, etc.) mientras el nivel de los conciertos gratuitos en las plazas se reduce notablemente. Aún así, durante algunas ediciones esto facilitó que el grueso del público que iba fundamentalmente a cogerse la papa se concentrara en el Auditorio de la Cartuja al tiempo que podíamos disfrutar de otro ambiente mucho más comedido en el Monasterio de la cartuja.

La etiqueta de "músicas del mundo", ya completamente diluída, seguía usándose para traer a gente como Lee "Scratch" Perry o Ismael Lô, pero el indie y el rap se convirtieron poco a poco en el núcleo del festival a partir de 2007. Desde entonces, Territorios no es más que la excusa para hacer un gran botellón en la entrada del Monasterio de la Cartuja. Y lo peor es que este sigue siendo uno de los mejores planes, porque no es raro encontrarse con conciertos con sonido pésimo, en los que apenas es posible distinguir una sola canción -como el de Mogwai o Echo & The Bunnymen de 2007- y lo que sí encuentras con total seguridad son unos precios en las bebidas desorbitados.

 
Propuesta

Territorios ha tenido unos cuantos aciertos en su trayectoria, como adelantarse al éxito de ciertos músicos, programando a Carlinhos Brown en 2003 -un par de años antes de su gran éxito y un año antes de que Trueba se fijara en él- o a Antony & The Johnsons en 2005 poco antes de dar el pelotazo con I Am a Bird Now. Pero también mantener un espacio -más o menos grande- para las formaciones locales o la elección de los espacios. Sin embargo, Territorios Sevilla necesita, en mi opinión, un nuevo cambio de rumbo que les posicione por fin como uno de los grandes festivales de España. Pero, para eso, necesitan enfocarse en unas cuantas cosas:

  • Un cartel más homogéneo, que no busque todo tipo de públicos. Una o dos bandas grandes, cuatro o cinco medianas, un par de apuestas poco conocidas y dos o tres locales debería bastar para llenar un par de días. Nada de un grupo indie, uno reggae, uno punk y otro electrónico, porque eso marea al personal y el aficionado al punk, por ejemplo, no paga por ver un sólo grupo que le guste.
  • Un número de artistas equilibrado, que permita la asistencia a todos los conciertos. Porque ha habido años en los que ha sido imposible hacerlo, con conciertos a la misma hora, escenarios demasiado cercanos que hacían complicado un buen sonido, etc.
  • Una gestión de las barras más eficiente y a precios no abusivos. Nada de moneditas o tickets para las consumiciones, porque eso provoca colas y el enfado del personal, que en ocasiones acaba por "tomar algo" antes de entrar. Si os fijáis muchos festivales de otros países no es raro encontrar una variada y económica oferta de comidas, ¿por qué no copiar lo que hacen bien por ahí?
  • Buscar otras formas de diferenciarse. Por ejemplo, haciendo el festival más sostenible: ¿es posible reducir el número de botellas de plástico? ¿Incluir contenedores de reciclado? ¿Reducir las emisiones o el impacto ambiental en entornos como La Cartuja? Yo creo que sí.
  • Inversión en publicidad. Necesaria sí, pero se puede reducir considerablemente si nos apoyamos en el periodismo nacional ofreciendo la posibilidad a diversos medios de entrevistar artistas, de cubrir el festival, incluso de documentar el proceso de organización previo. 
  • Trazar un plan a medio plazo. Tener bien claro donde quiere estar el festival dentro de cinco o siete años puede ayudar a evitar las tentaciones de sumarse a las modas de cada año.
Seguramente la organización habrá pensado ya en estas y otras muchas cuestiones, pero no podía dejar pasar la ocasión para comentar algunas ideas y propuestas, porque al fin y al cabo Territorios sigue siendo el único festival en Sevilla que ha conseguido traer a la ciudad a muchas grandes bandas y que continúa después de tantos años. Pero siempre se puede mejorar, ¿no?