martes, 30 de junio de 2015

Billie Holiday. 100 años de su nacimiento.


Con una grave cirrosis y los efectos de la heroína ya visibles en su cuerpo, Billie Holiday salió a pasear una tarde, pocos años antes de fallecer. En una calle cualquiera de la Nueva York de los años 40 alguien la reconoció a pesar de su aspecto desaliñado y le dijo: “¿cómo estás Lady Day?” a lo que ella contestó: “bien, ya sabes, sigo siendo negra”. Esta anécdota que cuenta Dorian Lynskey en el libro 33 Revolutions Per Minute condensa perfectamente el sentimiento y la vida de la cantante más importante del jazz de todos los tiempos.

Billie Holiday era negra y eso implicaba en los Estados Unidos de los años 20 y 30 que no eras un ciudadano de pleno derecho. Añadamos otra obviedad: era mujer. Una mujer negra nacida en Baltimore (o Philadelphia, según las fuentes) en esos años no tenía muchas oportunidades. Pocas eran las que se dedicaban a la música, aunque Alberta Hunter, ‘Ma’ Rainey y Bessie Smith hacían sus primeras grabaciones por aquel entonces y serían más tarde reflejo en el que se fijaría una joven Holiday.

Nunca tuve la oportunidad de jugar con muñecas como otros niños.
Empecé a trabajar cuando tenía seis años de edad”. 

La vida no era fácil. Cuando Holiday nació su madre tenía 13 años y su padre 15, así que la dejaron al cuidado de sus abuelos, que no le dieron un trato especialmente cariñoso. La pequeña Holiday, sin embargo, no se resignaba a hacer pequeños trabajos para sus abuelos y los enfrentamientos fueron frecuentes. Así que a los nueve años fue internada por poco tiempo en un centro para jóvenes afroamericanas problemáticas llamado House Of Good Sheperd. Un lugar poco agradable al que regresó meses más tarde después de sufrir abusos sexuales cuando vivía sola con su madre.

A finales de los años 20 se mudó a Nueva York con su madre, donde trabajó en un prostíbulo de Harlem por un corto periodo de tiempo. La noche neoyorkina de los primeros años de la Gran Depresión mezclaba sin pudor y de una forma casi natural la prostitución, el alcohol y la música. Un aliciente para los blancos adinerados que buscaban nuevas experiencias en aquellos tugurios donde se cantaba de mesa en mesa para no incomodar a los vecinos con el ruido.

No existe un maldito negocio como el del espectáculo,
tienes que sonreír para no vomitar”. 

Del prostíbulo a los clubes había un paso y Holiday lo dio pronto. Con tan sólo 18 años un fortuito encuentro con el productor John Hammond mientras cantaba en un club que le cambiaría la vida. Gracias a él grabó sus primeras canciones en 1933 con la banda de Benny Goodman: Your mother's son-in-law y Riffin' the Scotch, que tenía una muy acertada referencia a la bebida teniendo en cuenta la afición que siempre mostró Holiday por ella. Curiosamente, unos cuantos años más tarde, le ocurrió algo parecido con el compositor Arthur Herzog Jr., con quien grabó una de sus composiciones más conocidas, God Blessed the Child.


En el Café Society, cuyo eslogan decía “el lugar equivocado para las personas de bien”, la joven veinteañera comenzaba a atraer bastante público después de haberse labrado un nombre cantando con la banda de Count Basie en Harlem. Desde entonces su carrera fue en ascenso. Trabajó con algunos de los mejores músicos de jazz de su tiempo, como Ben Webster, Teddy Wilson o Artie Shaw y conoció al que muchos biógrafos coinciden en señalar como el gran amor de su vida: el saxofonista Lester Young, quien la apodó cariñosamente Lady Day. Son sus años dorados, desde comienzos de la década de 1930 hasta inicios de la siguiente, de los que las grabaciones con Columbia son el testimonio más apasionante que podemos encontrar.

Sólo la canto para gente que pueda apreciarla y entenderla”. 

La carrera de Billie Holiday llega a uno de sus puntos álgidos con la canción Strange Fruit. La composición se sustenta en una letra del escritor Abel Meeropol, que se inspiró en un linchamiento que se produjo en 1930 en Indiana. Él mismo compuso también una melodía sencilla que cantaba su mujer a veces entre amigos. En una de esas actuaciones un trabajador del Café Society pensó que debía hablarle de la canción a su jefe. De ahí a la voz de Holiday apenas hubo nada más que hablar y en 1939 grababa la composición de 3 minutos en unas 4 horas escasas.

Aunque no era la primera canción que trataba el tema del racismo sí fue la primera que incluía un mensaje político claro y contundente en un contexto de entretenimiento como era la música. Y eso tenía sus consecuencias en una sociedad blanca: algunos promotores quisieron obligarla a no cantar la canción, pero ella añadió una cláusula a sus contratos en la que quedaba a su juicio el hacerlo o no. Cuando lo hacía siempre era al final de su actuación, iluminada tan sólo por un foco y comenzando a cantar con los ojos cerrados.


Strange Fruit, a pesar de convertirse pronto en todo un símbolo para la izquierda norteamericana, estaba lejos de ser propaganda. Era arte y rabia en su máxima expresión. Era la canción en la que Holiday pudo condensar todas sus experiencias y su dolor contra el racismo imperante. Apenas un par de años antes su padre había muerto. No le atendieron en ningún hospital de Dallas por ser afroamericano: “no le mató la neumonía, le mató Dallas”. Todo eso estaba representado en una letra corta, pero intensamente desgarradora:

"De los árboles del sur cuelga una fruta extraña.
Sangre en las hojas, y sangre en la raíz.
Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña.
Extraña fruta cuelga de los álamos.

Escena pastoral del valiente sur.
Los ojos saltones y la boca retorcida.
Aroma de las magnolias, dulce y fresco.
Y el repentino olor a carne quemada.

Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos.
Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire,
para que el sol la pudra, para que los árboles lo dejen caer.
Esta es una extraña y amarga cosecha". 

Holiday mostró en aquellos días un talento inusual, pero su vida se iba llenando cada vez más de los peores hombres que podía encontrar, un abuso cada vez mayor del alcohol y entradas y salidas de cárceles y sanatorios mentales. Por si fuera poco, a comienzos de los 40 descubrió la heroína y las autoridades se fijaron en ella y no dejaron de perseguirla hasta que por fin pudieron meterla en la cárcel en 1947. Allí estuvo sólo un año, pero al salir le fue retirada la tarjeta que autorizaba a los músicos a actuar en los clubes nocturnos.

Un año y medio antes de fallecer publica su penúltimo disco y uno de los más emblemáticos: Lady in Satin. Durante su grabación Holiday bebía vodka y ginebra sin parar. Su voz había cambiado y perdido gran parte de las peculiaridades que hicieron de ella una de las voces más conocidas de los años 40, pero la intensidad que ponía en sus interpretaciones aún seguía siendo una experiencia devastadora. For Heaven’s Sake y I’m a Fool to Want You siguen siendo más de 50 años después absolutamente conmovedoras a pesar de unos arreglos que no siempre le favorecían.

Si voy a cantar como cualquier otro entonces no necesito cantar en absoluto”. 

Los problemas de Lady Day con el alcohol y otras sustancias fueron sólo el viento que azuzaba un fuego mucho más peligroso: un catálogo de experiencias traumáticas que desembocaron en un comportamiento errático y unas actitudes enormemente tóxicas. Un drama casi imposible de separar de su legado artístico, al igual que el de otra joven que al otro lado del charco también deslumbraba a muchos con su lacónico fraseo y la intensidad emocional que imprimía en sus interpretaciones: Edith Piaf. Quizá había que vivir de esa forma para poder transmitir tanto después en las canciones. 

Fuentes: 
  • 33 revolutions per minute. Dorian Lynskey. 
  • Con Billie. VV.AA. Global Rhythm Press. 
  • Racial Segregation in the American South: Jim Crow Laws. Prejudice in the Modern World Reference Library, Vol. 2, 2007. 
  • Documental “La segregación racial en EE.UU.” 
  • Blog La música es mi amante

* Artículo publicado originalmente en el número 4 (abril de 2015) de la revista Nevermind.

lunes, 22 de junio de 2015

La salvación del rock que llegó del norte

A comienzos de los noventa el panorama musical parecía bullir de ingenio. Mientras bandas de thrash como Metallica y Megadeth se convertían en fenómenos masivos junto con Guns N' Roses, el grunge lo inundaba todo rápidamente. Pero se marchó con la misma velocidad con la que se fueron desinflando las nuevas propuestas de Pantera o Red Hot Chilli Peppers. Sin embargo, en las gélidas tierras del noroeste europeo surgieron nuevos géneros con bastante menos apoyo de los medios, pero que poco a poco encontrarían su hueco en la industria, como el black metal, el death sueco o un primigenio punk rock escandinavo.

En el contexto de una profunda crisis económica a comienzos de los noventa en los países escandinavos toda una escena se estaba gestando con un sonido bien anclado en la Michigan de los Stooges y MC5 . Bandas que curiosamente también se formaron en un contexto económico y social muy similar. Lo que ocurrió en Escandinavia en aquellos años tuvo muchos ingredientes en común con la formación de un movimiento musical, aunque muchos de sus protagonistas no lo vivieran como tal. Hubo un sello que aglutinaba nuevas bandas (White Jazz), los músicos pasaban de una banda a otra con la misma facilidad con la que cruzaban la calle, todos compartían una misma forma de hacer rock y, sobre todo, compartían una actitud.


Los orígenes 

En los setenta los ingleses The Creation y los americanos The Kingsmen sentaron las bases de un género, que ya se conocía por aquel entonces como garage rock. Por el lado más glam andaban The New York Dolls, pero de lo que se cocía a en aquella década en Estados Unidos, The Dictators significaría años más tarde uno de los referentes más potentes de toda la panda de muchachos que se dedicó al rock en las frías tierras escandinavas. Y es que The Dictators consiguieron fundir el rock and roll de los años sesenta con la mugre y el lúgubre ambiente de la Nueva York de aquellos años creando una imagen y un arquetipo que ha sobrevivido durante años.

No es hasta los ochenta cuando encontramos el verdadero germen local de este sonido, con bandas como The Nomads o Union Carbide Productions y su posterior proyecto The Soundtrack of Our Lives, que se inspiraban claramente en MC5 o The Stooges. Muy cerca del área escandinava, en Finlandia, aparecieron Hanoi Rocks, otro referente indiscutible aunque habitualmente se encuentren en el enorme cajón del hard rock y el glam. Pero si hay un disco totalmente indispensable ese es Enjoy the Creeps!, que incorporaba muchas de las características que más tarde tendrían los grandes del rock escandinavo de finales de los noventa: guitarrazos sucios pero efectivos y un tremendo gusto a la hora de rescatar lo mejor del rock de décadas pasadas.


Los años dorados y los grandes referentes 

Entre 1997 y 1998 se editaron los que serían los discos de las bandas puntales del movimiento: Payin’ The Dues de The Hellacopters, Total 13 de Backyard Babies, Soaring With The Eagles At Night de Gluecifer y Apolypse Dudes de Turbonegro. Unos trabajos que, además de un sonido, compartieron unas portadas que no llamaban la atención demasiado y, en algunos casos, provocaban dudas sobre lo que te ibas a encontrar. Sin embargo, un buen número de aficionados encontraron aquí un soplo de aire fresco con respecto a todo el rock que se estaba haciendo por aquellos años y en poco tiempo muchos se desvivieron por encontrar bandas similares un poco antes de que internet nos lo pusiera todo más fácil.

La actitud: Backyard Babies 

A finales de los ochenta Backyard Babies ya andaban editando algún EP y dando conciertos en su ciudad natal. Pero no es hasta 1994 cuando graban su primer disco y comienzan a ser visibles. Cuatro años más tarde editan Total 13, su obra cumbre y el trabajo que les lleva a telonear a Monster Magnet en sus años de mayor éxito con Powertrip. De ahí a fichar con una multinacional y a lanzarse al estudio a grabar el que se preveía como el disco definitivo. Sin embargo, Making Enemies Is Good se quedó a mitad de camino, demasiado punk para unos y demasiado glam para otros, pero sobre todo con unas composiciones que no llegaban al nivel de su anterior entrega.

Dregen y sus compañeros estuvieron a punto de tocar la gloria, pero les faltó algo. Quizá algo más de suerte y menos prisas, porque de su parte pusieron la imagen y las canciones, pero algo falló después de un enorme trabajo como fue Total 13. Desde entonces su trayectoria ha sido irregular, pero no parecen haber perdido las ganas de formar parte de los más grandes, aunque probablemente su momento haya pasado.

El talento: The Hellacopters 

The Hellacopters han sido claramente una de las bandas escandinavas más lúcidas e inspiradas. Sin contar un buen número de ep’s, splits y demás, su discografía es de las más completas. Desde sus tres primeros trabajos, más punks, hasta su último disco de temas propios Rock & Roll is Dead, pasando algunas de las obras cumbre del rock escandinavo, como High Visibility, y By the Grace of God, estos tipos han sido una de las formaciones con más personalidad y un sentido de la identidad más acentuado de los últimos veinte años.

De algunos de sus miembros han salido más tarde algunos proyectos muy interesantes, como Thunder Express y Dundertåget, de Robert Dahlqvist, o Imperial State Electric, del incansable Nick Royale, un músico de esos a los que merece la pena seguirle la pista. Porque, además de su pasado con Entombed, algún proyecto breve como Supershit666 y su participación en dos álbumes con Death Breath, grabó un par de discos tremendos con Scott Morgan de Sonic’s Rendezvous Band bajo el nombre de The Solution.


El espectáculo: Turbonegro 

Formados en Oslo a finales de los ochenta, desde sus comienzos siempre han sufrido los varapalos que conllevan demasiados cambios en la formación. Sin embargo, eso no impidió que fueran capaces de grabar algunos de los discos más importantes del género, como Ass Cobra o Apolypse Dudes , que era un homenaje a la historia del rock que incluía pasajes directamente copiados de grupos como The Dictators, Ramones e incluso Iron Maiden. Una divertida forma de condensar todas sus influencias.

Después de su separación en 1998 regresaron en 2002 con varios conciertos y, un año más tarde, editaron el irregular Scandinavian Leather, que aún tenía unas pocas canciones dignas de años anteriores. Desde entonces, entre salidas y regresos de uno u otro miembro de la banda, han seguido editando discos, pero ya sólo aptos para nostálgicos y acérrimos.


La energía: Gluecifer 

Una de las bandas que más halagos ha recibido en innumerables ocasiones por parte de Nick Royale (incluso dio sus condolencias a todos los fans del rock, incluido él mismo, cuando se enteró de su disolución). Formados en Oslo a mediados de los noventa, tuvieron en sus filas a dos de los tipos más carismáticos de todo este movimiento: Captain Poon y Biff Malibu. Unos de los mejores guitarristas de los últimos veinte años por un lado y un vocalista que lo aunaba todo por otro, un auténtico crooner del rock.

Si bien Soaring with the Eagles at Night y Tender is the Savage son dos trabajos enormes, su última grabación, Automatic Thrill, supuso un pequeño giro. No fue lo que muchos esperaban de ellos, aunque aportaba frescura y una mayor cantidad de matices con respecto a sus anteriores trabajos. Un año después la banda se separó y desde 2007 Captain Poon está dedicado a su banda Bloodlights que, de momento y a pesar de tener unos cuantos buenos temas, no han estado al nivel de Gluecifer.


 ¿El regreso al underground? 

La industria no tuvo su mirada puesta demasiado tiempo en esta pequeña pero intensa escena. Se llevaron pronto sus departamentos de marketing y sus contratos. Pero la realidad es que la mayor parte de estas bandas no tuvieron mayor presencia en los medios que la de ser citadas de paso cuando Backyard Babies copaban portadas con su Making Enemies is Good. Los mismos Hellacopters, que sacaron High Visibility y By the Grace of God con Universal, no tuvieron apenas apoyo de la multinacional para la gira de presentación del álbum en Estados Unidos, como se puede ver en la recta final de la gira americana de 2002 en el imprescindible documental Goodnight in Cleveland. Así que, simplemente, cuando se apagaron los focos todo seguía estando en su lugar: el underground. 

Un underground en el que podemos encontrar a unas cuantas bandas que nunca dejaron una muy honorable segunda fila, como The Flaming Sideburns, cuyo trabajo Hallelujah Rock’n’Rollah es una buena forma de adentrarse en su discografía. Un poco más conocidos, seguramente por haber compartido batería con Hellacopters, son The Sewergrooves. Una banda realmente interesante, con discos muy recomendables como Three Time Losers o Trouble Station. La mitad de ellos, además, tienen un proyecto paralelo, The Royal Cream, cuyo único disco no está nada mal. Incluso podemos mencionar a otros que iban por unos derroteros más clásicos, como Diamond Dogs, pero que acabaron metidos en el mismo saco.


Ya bien entrados en siglo XXI todo el panorama de rock escandinavo había pasado a mejor vida, pero siguieron surgiendo bandas con propuestas similares, como Märvel o Midnight Scrapper. Pero si tuviéramos que mencionar tres bandas como dignas sucesoras de Hellacopters, Gluecifer y Turbonegro esas serán sin duda Captain Murphy, Brut Bugaloo y Dollhouse. Quizá ellos hayan sido los mejores representantes de una segunda oleada de rock escandinavo que nunca apareció en portadas, porque desde aquellas frías tierras siguen llegando grandes bandas de rock gracias a un movimiento que trajo al género no sólo una renovada inspiración sino también algo tan aparentemente sencillo como infrecuente: actitud


* Artículo publicado originalmente en el número 3 (marzo de 2015) de la revista Nevermind.

lunes, 15 de junio de 2015

Músicos investigados por el FBI

En 1973, en pleno destape del escándalo Watergate, Frank Zappa escribía la canción Dickie's Such an Asshole, que decía: “el FBI va a conseguir tu número / El FBI ya tiene tu foto / y tus huellas dactilares también”. Zappa comenzaba así a mostrar en sus composiciones su cada vez mayor implicación política poniendo el foco en el FBI en uno de los momentos más tensos de la historia política reciente de los Estados Unidos. Sin embargo, el FBI seguramente ya tenía su vista puesta en Zappa y, mucho antes, prácticamente desde sus orígenes, siempre estuvieron muy interesados en las actividades de los músicos norteamericanos y el contenido de sus composiciones. 

El FBI vigila a los músicos de jazz

Cuando Joseph Raymond McCarthy llegó al senado en 1947 y comenzó su caza de brujas contra todo aquello que oliera a comunismo el ambiente que se respiraba en los Estados Unidos ya estaba contaminado por un miedo que venía de años atrás. Prueba de ello es el informe del FBI de que fue objeto Duke Ellington después de que un periódico informara sobre un concierto que dio en 1938 en una conferencia de la All-Harlem Youth. Una organización considerada como una de las más importantes entidades comunistas en la “subclasificación racial” manejada por la agencia gubernamental. Además, el señor Ellington hizo público años más tarde su oposición al régimen de Franco en España y declaró abiertamente que él había estado “trabajando por los negros y su condición en el sur desde los años 30”. Más que suficiente para estar en el punto de mira.


En los años 50 el FBI puso la lupa sobre otra figura destacada del jazz, Louis Armstrong, por su apoyo en el caso de Little Rock. Todo comenzó en 1954, cuando se prohíbe al fin la segregación racial en las escuelas. Sin embargo, en una de ellas, en Arkansas, no se hizo efectiva la prohibición gracias a la labor del gobernador cuyo interés seguía siendo mantener a los blancos alejados de los negros. Eso provocó una serie de incidentes y conflictos que tres años más tarde alcanzaron el punto máximo de tensión con el encierro de varios alumnos negros en la escuela de Little Rock. En esos mismos días Louis Armstrong, que se encontraba en Dakota del Norte para dar un concierto, lanzó unas declaraciones incendiarias: “por la manera en la que están tratando a mi gente en el sur, el gobierno puede irse al carajo”. A pesar de las innumerables críticas recibidas por ello, algunas incluso por colegas de profesión, Armstrong siguió en esa línea, lo que propició que FBI abriera un expediente dedicado a las actividades del renombrado músico.


Ya en la década de los 60, cuando el jazz se había convertido en un vehículo importante de muchas de las reivindicaciones de aquellos años, el trabajo del FBI en relación a los músicos de jazz se intensificó. Algunos de los investigados fueron Max Roach, que ya había dejado claro su apoyo al Movimiento por los Derechos Civiles en la portada del álbum We Insist! o Charles Mingus, que había asistido a actos en contra de la Guerra de Vietnam y conocía a gente como el escritor Norman Mailer, otro personaje conocido por el FBI. Pero también estuvieron en el punto de mira del FBI Lena Horne, por su versión de la canción tradicional Hava Nagila y que fue un símbolo de la lucha contra la Guerra de Vietnam o el gran Cab Calloway, que había defendido en 1946 una huelga de trabajadores que acabó convirtiéndose en un movimiento antisegregacionista. Incluso Nat ‘King’ Cole, bien tolerado e incluso apoyado en sus inicios, fue también investigado, siendo curiosamente el encargado de hacerlo un señor llamado Mark Felt, más conocido algunos años más tarde como “Garganta Profunda” por su importancia en el caso Watergate.


John Lennon en el punto de mira

Uno de los casos más conocidos e interesantes de investigaciones del FBI sobre músicos el de John Lennon. Aunque ya en la segunda mitad de la década de los 60 tuvo algunos pequeños encontronazos con los sectores más reaccionarios de la sociedad americana e incluso con las autoridades, es en los setenta cuando la figura de Lennon se transforma para el servicio de inteligencia norteamericano en una amenaza clara. De aquella situación queda constancia en el libro Gimme Some Truth: The John Lennon FBI Files y en el documental Los EE.UU. contra John Lennon. Aunque el documento más interesante al que podemos acceder es al archivo del FBI sobre Lennon y sus más de doscientas páginas en las que se recogen punto por punto todas sus actividades “sospechosas”, sus amistades, sus relaciones con diversas organizaciones e, incluso, sus viajes.

Sin embargo, lo cierto es que Lennon estaba en el punto de mira del FBI desde sus primeros años con los Beatles, porque la banda de Liverpool también fue objeto de vigilancia prácticamente desde su llegada a Estados Unidos. En el año 1964 ya se abre el primer expediente dedicado a ellos. Pero lo que resulta cuanto menos curioso es como en esos archivos podemos encontrar una imagen caricaturesca del músico, que lo presenta de la siguiente forma.

 
Elvis Presley y el Coronel John Burrows 

Otro nombre de gran importancia en la historia de la música, Elvis Presley, también tuvo algunas relaciones con los servicios secretos. En numerosas ocasiones se ha dicho que nunca llegó a ser investigado por el FBI, pero sí hay ciertos indicios de que a comienzos de su carrera pudo ser al menos observado. En mayo de 1956, en una carta enviada por un ex miembro del servicio de inteligencia del ejército norteamericano a J. Edgar Hoover se decía de Presley que era “un peligro para la seguridad de los Estados Unidos”, sobre todo por sus “acciones y movimientos que despertaban la pasión sexual de la juventud”; aunque se le respondió diciendo que aquello no era competencia del FBI.

Más curioso aún resulta que años más tarde, en 1970, se ofreciera como colaborador y confidente al FBI y acusando a otros artistas de corromper a la juventud. Para Presley la causa de la desafección de la juventud tenía nombres como los Smothers Brothers, Jane Fonda –muy activa entonces por su oposición a la Guerra de Vietnam- y muchos otros porque “ellos han envenenado las mentes de los jóvenes despreciando a los Estados Unidos”. La oferta del cantante fue debidamente rechazada por el FBI y, aunque según el Washington Post (que fueron quienes destaparon este asunto) no hubo más contacto entre Presley y el FBI, parece que sí acabó recibiendo un pseudónimo: Coronel John Burrows.


Archivos, archivos y más archivos del FBI 

Con la Guerra de Vietnam como telón de fondo, la administración norteamericana parecía ver enemigos en todas partes – una vez más- y fueron numerosos los músicos y artistas investigados por el FBI que de alguna u otra forma parecían estar implicados con aquella situación. Por ejemplo, The Doors fueron sospechosos de pertenecer a organizaciones contrarias a la guerra y ya de paso se les echó un vistazo a sus letras, mencionando en los informes que decían “las mayores obscenidades que pueda concebir la mente humana”. En el caso de Janis Joplin existe un documento, que menciona David Dalton en su libro Piece of my Heart: A Portrait of Janis Joplin, en el que se comentan algunos disturbios en un concierto, aunque es curioso comprobar cómo en el documento que está publicado en la web del FBI se citan también canciones concretas y se menciona el festival de Woodstock.



Y es que la relación del FBI con los músicos, a juzgar por los archivos públicos, parece haber sido intensa y estrecha. Ya en los años 50 la canción Louie Louie, de los Kingsmen, había sido objeto de un informe de más de cien páginas por su supuesto contenido obsceno, pero también los hubo sobre Frank Sinatra y sus posibles relaciones con la mafia que, curiosamente, no llegaron a más. Muchos otros fueron investigados por cuestiones relacionadas con la droga, como Grateful Dead o John Denver (a quien se le suponía ciertas relaciones con la mafia italiana). Jimi Hendrix también fue investigado, oficialmente por diversas detenciones por cuestiones relacionadas con la posesión y el consumo de drogas. Sin embargo, no sería raro pensar que también tuvo algo que ver su pública simpatía por los Panteras Negras, como se puede comprobar en la introducción que hace a Voodoo Child en el álbum Live At The Fillmore East, donde se refiere a la canción como “el himno nacional de los Panteras Negras”.


La lista de músicos de los que encontramos archivos del FBI es amplia y en algunos casos difícil de explicar, como el expediente que se refiere a Jelly Roll Morton, de tan sólo cinco páginas y que apenas incluye información relevante, o el dedicado a Thelonius Monk, que hace referencia a una visita del músico a Japón e incluye algunos recortes de periódico. Informes breves, con imágenes, recortes y algún incidente relacionado con drogas o inmigración podemos encontrar de un buen puñado de músicos, como Marvin Gaye, Bob Marley, Ella Fitzgerald, Billie Holiday o Sammy Davis Jr.En la mayoría de los casos nos encontramos sólo con unas pocas líneas, algunos delitos menores y poco más, pero detrás de todos esos informes se vislumbra otra motivación que probablemente tuviera más que ver con la difusión de unas ideas, su relación con los cambios políticos y sociales y hasta un modo de vida que no gozaban del visto bueno de la administración norteamericana. La música se había convertido en algo demasiado importante como para no vigilarla de cerca.

Fuentes:

* Artículo publicado originalmente en el número 2 (febrero de 2015) de la revista Nevermind.

jueves, 4 de junio de 2015

Por la otra puerta: la segregación racial y el blues

"Sign On Laundromat, New Orleans 1963" por John Kouns

En los primeros años del siglo XX una joven cantante llamada “Ma” Rainey recorría los pueblos del sur de los Estados Unidos actuando allí donde la dejaran a cambio de unas monedas. En unos de sus viajes escuchó a una mujer que cantaba una historia de desamor que la impresionó de tal manera que acabó incorporando aquella melodía a su repertorio. Aquella joven sería muchos años más tarde conocida como “la madre del blues”, quien dijo una vez: “white folks hear the blues come out, but they don't know how it got there” (“los chicos blancos escuchan el blues publicado, pero no saben cómo se llega a él”). Y no le faltaba razón, porque el nacimiento y desarrollo del blues tuvo mucho que ver con los padecimientos y penurias que sus músicos tuvieron que padecer.

La esclavitud fue abolida en los Estados Unidos en 1865, pero los poderosos latifundistas de los once estados del sur que habían entrado a formar parte del país al término de la Guerra de Secesión no estaban dispuestos a cambiar su modo de vida. Tan sólo un año más tarde se aprobaron las leyes Jim Crow, mediante las que se implantaron una serie de normas que, si bien no mermaban en teoría los derechos de los negros, sí que eran flagrantes en la práctica y legalizaban la segregación entre negros y blancos (“iguales, pero separados” decía el gobierno). De esta forma muchos volvieron a la situación anterior de esclavismo, pero bajo otra forma, así que en la práctica la vida que llevaban muchos de ellos y los sentimientos que albergaban eran casi los mismos que cincuenta años antes.

La población afroamericana se concentraba en las zonas rurales del sur, que era una de las zonas más subdesarrolladas del país, especialmente Mississippi. Allí, las diferencias eran mucho más acentuadas que en los estados del norte y la fuerza del Ku Klux Klan en estados como Tennessee, Indiana, Oklahoma o Virginia fue en aumento durante los años veinte. La vida no era fácil para los negros, que en su mayoría seguían trabajando en las plantaciones (el propio Muddy Waters se crió en una) mientras el resto del país vivía un breve periodo de prosperidad económica.

"Coloured waiting room", de Jack Delano en 1940

La figura del bluesmen campesino y bucólico que estamos acostumbrados a ver tiene mucho que ver con esos paisajes rústicos y en ocasiones desangelados de Mississippi o Louisiana, en los que la figura del vagabundo -granuja pero honesto- deambulaba por esos pequeños pueblos del sureste norteamericano intentando ganar unas monedas tocando en tugurios y ferias. Muchos de los bluesmen más conocidos vivieron de esa forma, como el legendario Robert Johnson, Son House, Lighting Hopkins, Big Bill Broonzy, Blind Blake o el gran Skip James, que fue de los pocos que tenía estudios musicales y que además tocaba el piano.

La década de los años treinta trajo consigo una gran miseria para las poblaciones agrícolas, que vieron su economía casi destrozada, lo que provocó un incipiente movimiento demográfico desde las zonas rurales a otras con mayores posibilidades, siendo ciudades del norte como Detroit o Chicago el destino preferido de muchos afroamericanos. Pero no fue sólo una mayor abundancia de trabajo lo que atrajo a la población negra hacia el norte. En unos Estados Unidos aún dominados por las leyes de Jim Crow, el sur seguía siendo un lugar mucho más violento y cruel para los negros que el norte.

La población afroamericana, que hasta entonces había sido prácticamente rural, comenzó a ser cada vez más urbana. Entre Mississippi y Chicago se produjo un viaje no sólo geográfico sino también cultural, porque todos esos músicos que habían emigrado fueron influenciados por los sonidos que se estaban fraguando en las ciudades y los incorporaron a su bagaje rural. Además, la amplificación de la guitarra y la armónica a finales de los años treinta y la generalización de su uso durante la década siguiente supusieron una gran novedad que abría nuevas posibilidades al blues rural que acababa de llegar a la ciudad.


1954 fue el año que marcó el comienzo de la lucha por los derechos civiles. Varios sucesos coinciden aquel año: la Corte Suprema de los Estados Unidos declaró que las leyes estatales que establecían escuelas separadas para estudiantes de raza negra y blanca negaban la igualdad de oportunidades educativas. Casi al mismo tiempo debutaba un joven Elvis Presley, quien convirtió en fenómeno de masas una “música de negros” y ejerció sin saberlo como integrador racial. Mientras tanto, a poco más de setecientos kilómetros Muddy Waters grababa Hoochie Coochie Man en los recién estrenados estudios de los hermanos Chess, abriendo así las puertas a algunos de los nombres más importantes del blues y el rock de todos los tiempos: Willie Dixon, Little Walter, Buddy Guy, Howlin’ Wolf, Chuck Berry o Bo Diddley, entre otros.

El blues fue en aquellos primeros años una actitud vital, una forma de afrontar las dificultades de la vida cotidiana y una de las pocas formas de expresión que podían usar quienes vieron pisoteados sus derechos fundamentales durante demasiado tiempo. Y los bluesmen los cronistas de todos aquellos que veían cómo su propio país sólo prometía prosperidad y felicidad a quienes tenían la fortuna de haber nacido con un color de piel más claro.

Si un músico blanco viene y me dice: `Esa música es fantástica, quiero aprender a tocarla’, me siento halagado. Pero si el público le aplaude a él y me ignora a mí, resulta intolerable”. Jerry Butler.


Fuentes: 
  • Blues: la música del Delta del Mississippi. Ted Gioia. Ed Turner. 2008 
  • La gran enciclopedia del blues. Gérard Herzhaft. Ma Non Troppo. 2003 
  • Colección ‘Martin Scorsese presents The Blues’. Varios directores. 2003. 
  • Artículo ‘De una interpretación etnohistórica sobre el devenir del blues‘, de Cenobios. 
  • Camino a la libertad. Historia social del blues. Manuel López Poy. Bad Music Blues. 2009 
  • Racial Segregation in the American South: Jim Crow Laws. Prejudice in the Modern World Reference Library, Vol. 2, 2007. 
  • Documental “La segregación racial en EE.UU.” 
  • Blog La música es mi amante
* Artículo publicado originalmente en el número 1 (enero de 2015) de la revista Nevermind.